“A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del SEÑOR, creador del cielo y de la tierra”
(Salmo 121:1-2).

Esperanza. Una palabra muy corta y sencilla, pero poderosa.

El diccionario American Heritage define la esperanza como “la sensación de que lo que se desea también es posible, o que los acontecimientos pueden concluir de la mejor manera”. “Renunciar a la esperanza” es llegar al final. “Seguir esperando” significa que aún puede existir una oportunidad, por pequeña que sea, de que el anhelo se cumpla.

¿Cuántos grandes hombres y mujeres oyeron decir “no se puede”, y lo hicieron, o “es inútil intentarlo” pero trataron y lo lograron? Si Abraham Lincoln se hubiera dado por vencido tras su segundo fracaso empresarial, no hubiéramos tenido un presidente semejante para guiar a esta nación a enfrentar un momento trágico. O si los bomberos y la policía hubieran decidido que era demasiado peligroso tratar de rescatar personas de la destrucción de las torres del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, ¿cuántos miles más habrían muerto?

Si algún hombre en la historia necesitó esperanza, fue David de Israel, el joven que hace tres mil años escribió muchos Salmos como el que acabo de citar. Dios lo escogió para ser rey y envió al profeta Samuel para ungirlo mientras que otro rey, Saúl, que le falló a Dios, seguía en el trono. En lugar de tener un gran recibimiento, David tuvo que hacer frente al odio y gran persecución. Muchas veces tuvo que huir para salvar su vida de los hombres de Saúl. “Mis lágrimas son mi pan de día y de noche, mientras me echan en cara a todas horas: «¿Dónde está tu Dios?»” (Salmo 42:3).

“El SEÑOR es mi pastor, nada me falta…. Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado”
(Salmo 23:1, 4).

Sin embargo, este mismo hombre escribió: “El SEÑOR es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El SEÑOR es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme?” (Salmo 27:1). David podía alegrarse aun en momentos terribles, que fueron muchos, porque sabía que Aquel en quien había puesto su confianza nunca le fallaría. Fue realista, y sabía exactamente lo que estaba en contra, pero encontró en Dios todo lo que necesitaba para enfrentar cada circunstancia, más allá de su propia capacidad. Los Salmos no son ejercicios académicos, sino la historia de su vida. Con ellos bendijo a su generación y ha bendecido a cada persona que ha leído sus Salmos desde entonces:

¿En qué pondrás tu confianza? ¿Qué esperas de la vida? El rey David alzó sus “ojos a las montañas”. Cuando David estaba en el trono, estas montañas de Israel simbolizaban la gloria de su reino, y su refugio cuando sufrió persecución. Sin embargo, al visualizar esas montañas como escribió en el Salmo 121, David no las vio como algo en lo que podía confiar, sino como un recordatorio de que toda la esperanza de su vida estaba puesta en Dios.

Sin embargo, hoy los hombres y las mujeres están buscando otras “montañas”, si bien de distinta naturaleza, en las que esperan encontrar ayuda y esperanza para sus vidas. Al decir “montañas”, me refiero a las poderosas instituciones del gobierno, los negocios, la ciencia, y el derecho, entre otras, que se han desarrollado en nuestros días en una magnitud que resulta impensable en la época de David. Muchos buscan la seguridad laboral en estos y otros ámbitos. Las personas ponen su confianza en la satisfacción y las posiciones de seguridad que estas instituciones les proporcionan. La tentación está en creer que de alguna manera dichas instituciones permanecerán, y que serán por ende lugares seguros dónde permanecer.

Sin embargo, no vivimos en un mundo seguro y predecible. Aunque el gran empresario Henry Ford afirmó que la historia es “basura”, la historia nos enseña mucho acerca de la fragilidad de las naciones y los pueblos, algo que la repetición de la vida cotidiana puede hacernos olvidar. ¿Cuántas personas despertaron en Nueva York o Washington la mañana del 11 de septiembre de 2001 con la expectativa de que ese día sería como ningún otro en sus vidas? Aun así, la tragedia, la muerte, y la guerra han sido parte de la experiencia humana durante miles de años.

“Alma mía, por qué estás tan llena de congojas, cuando Dios a través de Jesucristo te amo? Él es quien me dice, ‘La paz esté sobre ti.'”

Si la esperanza del rey David se hubiera fundado en su perpetuidad como soberano de Israel, se habría aflijido y amargado cuando su propio hijo amado, Absalón, encabezó una rebelión que lo obligó a dejar del trono. Por el contrario, él confíó en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, y dijo, “Si cuento con el favor del SEÑOR, él hará que yo regrese” (2 Samuel 15:25). ¡Y el Señor lo hizo!

La vista del Blue Hill Mountain, Blue Hill, Maine

Recuerdo tanto que, a mis seis años, vivía fascinado con un mundo novedoso e interesante. Un día subí la montaña Colina Azul en el estado de Maine. Cerca de la cima, me senté entre dos piedras encima de un precipicio. Al contemplar desde allí la belleza de la tierra, del mar, y de las islas, me pregunté: “¿Quién hizo todas estas cosas y por qué?” Fue como si mis ojos se hubieran abierto por primera vez a la realidad de que la vida era mucho más de lo que yo conocía en mi pequeño mundo.

La mayoría de los hombres y las mujeres viven tan sumergidos en sus asuntos cotidianos, que pierden de vista los temas más importantes, e incluso los eternos. Si esto te ocurre, es probable que un día tu mundo se derrumbe a tu alrededor, y no sabrás qué hacer. Si no mantenemos las cosas en perspectiva, nuestros ojos fácilmente se centrarán sólo en nuestros propios asuntos inmediatos. Como dice el Salmo 90:10, “Algunos llegamos hasta los setenta años, quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan. Tantos años de vida, sin embargo, sólo traen pesadas cargas y calamidades: pronto pasan, y con ellos pasamos nosotros” (Salmo 90:10). Deja que tus ojos se abran, a partir de ahora, a las verdades de las Escrituras, verdades eternas que las circunstancias y el paso del tiempo no pueden cambiar. “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos” (Eclesiastés 12:1).

Hacia el final de su vida, el rey David escribió: “He sido joven y ahora soy viejo, pero nunca he visto justos en la miseria, ni que sus hijos mendiguen pan”
(Salmo 37:25).

A medida que pasan los años de tu vida, ¿de dónde vendrá tu ayuda? ¿Aquello en lo que pones tu confianza nunca te fallará? ¿Tu confianza se basa en tus propios recursos y en tu fuerza, en lugar de Dios? Él tiene las respuestas a las necesidades y anhelos de cada corazón humano. Las respuestas se encuentran en su Hijo, Jesús, quien murió para que nosotros pudiéramos vivir. Como dijo el discípulo Pedro: “Señor… ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Juan 6:68-69). La esperanza que se fundamenta en el Dios de Israel “no nos defrauda” (Romanos 5:5).


Copyright ©1973 Christopher N. White (Actualización de 2008, publicado originalmente en The Yale Standard.)

Traducción ©2009 por Eliana Cárdenas Rojas, y con asistencia editorial por Nohra Maria Bernal.

Toda referencia bíblica se toma de la Nueva Versión Internacional ©1999 por La Sociedad Biblica Internacional.