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El poder del evangelista

Tercero, ¡el poder está en el mensaje, no en ti o en mí! Como Pablo recuerda los santos en su día, “Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros.” (2 Corintios 4:7,8) Nosotros somos simplemente embajadores, llamados a transmitir un mensaje que no escribimos, llamados a entregar un mensaje fielmente. El Evangelio existía desde mucho antes que naciéramos, pero hay de nosotros si empezamos a usar indebidamente las Buenas Nuevas eternas, añadiendo o quitando algo. El mensaje acerca del pecado, juicio y salvación en Jesucristo es la historia más grande que uno puede contar. Que el Señor nos haga fieles portadores de sus Buenas Nuevas.

Cuando yo tenía 19 años, un domingo por la tarde algunos miembros de mi iglesia estaban predicando en una acera frente a Times Square en la ciudad de Nueva York, y muchos se detenían a oír. Como un adolescente, lleno del vigor de la juventud, las bendiciones de esa tarde no fueron suficientes para mí, y le pedí al Señor que me diera a alguien más para hablar en el bus de vuelta a la Universidad de Yale. Sólo había un lugar para sentarme en todo el bus, y no había duda sobre dónde sentarme. Efectivamente, me senté justo al lado de un hombre de 72 años que pronto empezó a contar su historia. A la edad de 70 años, este hombre había sufrido un ataque cardiaco lo que se tradujo en un año completo en el hospital. Durante su convalecencia, su esposa que le había sido fiel por 50 años, le fue infiel. Él se había enojado tanto con su esposa y con Dios que cuando salió del hospital, decidió echar toda su vida por la borda. Ese fin de semana, él había entrado a Nueva York, decidido a embriagarse, dormir con prostitutas, y hacer todo el mal que no había hecho en 50 años de matrimonio—todo para vengarse de su esposa. Mi corazón se quebranto cuando vi el dolor que se reflejaba en el rostro de este anciano, y empecé a contarle acerca del amor y perdón encontrado en Jesucristo.

Desafortunadamente, mis palabras sólo lograron airarlo aun más, y este hombre me dio la espalda, rehusándose a responderme. Sin embargo, algo dentro de mí me inquieto a seguir hablando, a seguir contándole del amor de Jesús. Después de una hora y media de estarle hablando a la espalda del hombre, yo estaba listo para desistir, pero luego vi el rostro del hombre reflejado en la ventana del bus. Lágrimas corrían por sus mejillas, y sabía que Dios había tocado su corazón. Le pregunte si quería aceptar a Jesucristo como su Señor y Salvador personal, y él se volteó hacia mí y me respondió tranquilamente, “Sí, sí, lo quiero aceptar.” Este señor oró conmigo, poniendo todas sus heridas y su dolor a los pies de Jesús, pidiendo por el perdón de todas las cosas terribles que había cometido ese fin de semana. Pero sobre todo, pidió perdón por su actitud hacia su esposa, y decidió perdonarla por todo lo que ella había hecho.

Justo cuando el hombre termino de orar, llegamos a su parada. Cuando el hombre se dispuso a bajarse del bus, se volteo y vino hacia mí repetidamente para apretar mi mano y agradecerme por llevarlo a Cristo. El pobre conductor del bus estaba frenético, y le tuvo que rogar al hombre que se bajara del bus para que él pudiera continuar con su ruta. Unos meses después, ese hombre me escribió que también su esposa se había entregado a Cristo, que su matrimonio había sido restaurado, y que estaba más feliz de lo que había estado en toda su vida. ¡Hasta el final de los tiempos, la “bien antigua historia” de Jesucristo y Su gran amor no cambiará o perderá su poder para transformar vidas!

El alto llamado del evangelista

Cuarto, el llamado del evangelista es un llamado alto. El Señor nos ha ordenado alcanzar multitudes para Cristo. El cumplimiento de esta parte de nuestro llamado no es fácil ni automático. Puede que haya mucha adversidad y aun sea menospreciado, pero con Dios todas las cosas son posibles. Necesitamos recordar en nuestras oraciones las palabras de Isaías 55:8-11:

“Porque mis pensamientos no son los de ustedes,
ni sus caminos son los míos —afirma el SEÑOR—.
Mis caminos y mis pensamientos
son más altos que los de ustedes;
¡más altos que los cielos sobre la tierra!

Así como la lluvia y la nieve
descienden del cielo,
y no vuelven allá sin regar antes la tierra
y hacerla fecundar y germinar
Para que dé semilla al que siembra
y pan al que come,
Así es también la palabra que sale de mi boca:
No volverá a mí vacía,
sino que hará lo que yo deseo
y cumplirá con mis propósitos.”

Recientemente escuché a un pastor en la ciudad de Nueva York afirmando que la mayoría de las personas eran salvas a través de testificar personalmente o uno-a-uno y no por medio del ministerio del evangelismo, pero eso no es cierto. En muchos casos, los creyentes pierden las oportunidades de ser testigos de la gracia de Dios. Y el testimonio de su vida diaria y de su conducta en algunos casos, no va a ser algo que llevará a la gente a encontrarse con Jesús. ¡Hasta los podría alejar! Gracias a Dios por el evangelismo personal, porque si aún cada creyente fuera un testimonio fiel a cada miembro de su familia, barrio, compañero de trabajo o de estudio, igualmente en la mayor parte del mundo seguirían habiendo personas sin escuchar acerca del Evangelio de Jesucristo.

Estamos viviendo en días en los que Dios está buscando alcanzar naciones que nunca antes habían sido objeto del Evangelio. Esto es algo que tiene que suceder, porque como Jesús declara en Mateo 24:14, “Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin.” Aun con naciones como Colombia que ha sido parcialmente alcanzada con el Evangelio, el Señor no está satisfecho. Él está buscando algo más grande, caminos más profundos, hasta que la lluvia y la nieve desciendan del cielo y traiga consigo la cosecha completa de estos últimos días. ¡Considerando todas las cosas, es un tiempo emocionante para estar vivo y servir al Señor! Cuando era joven, nunca soñé con predicar las buenas nuevas de Jesucristo en Colombia. Pero hace 35 años, cuando era un joven universitario, la Sra. Lowe me detuvo un día y me dijo, “siempre estás orando por Japón y China, pero tú formas parte de una iglesia con misioneros en Colombia. ¿Por qué no empiezas a orar por Colombia?”

Bogotá, Colombia

Nunca olvidé su petición, y he estado orando por Colombia por más de 30 años, para que el Señor envíe un avivamiento a esa tierra. Verán, viene un gran avivamiento para Colombia, ¡no sólo para Estados Unidos! Tuve que aprender como joven, y Dios me lo ha estado recordando desde entonces: “Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos —afirma el SEÑOR—. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes”. ¿Qué más podemos pedir como evangelistas que estar plenamente en los caminos y pensamientos de Dios y ver como Su perfecta voluntad se cumple en la tierra?