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La pasión del evangelista

Primero que todo, el verdadero evangelista no puede descansar en paz mientras las almas están pereciendo, muriendo porque nunca han tenido la oportunidad de experimentar la gracia de Jesucristo. El corazón y el alma del evangelista se enfocan en los que están pereciendo. Él o ella pueden ministrar a los santos en diferentes aspectos, pero el corazón constantemente anhela estar en los campos listos para la cosecha, en medio de un mundo que va hacia la destrucción. Muchos creyentes viven perfecta y cómodamente sus vidas, felices de ser salvos, olvidándose de todos los que a su alrededor están perdiendo sus almas sin el conocimiento de Cristo. Pero el hombre o la mujer al cual Jesús ha tocado con Su carga por las almas que se están perdiendo se encuentran con un desasosiego en su interior que no es fácilmente satisfecho. Como Proverbios 24:11-12 advierte:

“Rescata a los que van rumbo a la muerte;
detén a los que a tumbos avanzan al suplicio.
Pues aunque digas, «Yo no lo sabía»,
¿no habrá de darse cuenta el que pesa los corazones?
¿No habrá de saberlo el que vigila tu vida?
¡Él le paga a cada uno según sus acciones!”

Cuan fácil resulta decir que no lo sabíamos, que no veíamos a las almas pereciendo a nuestro alrededor. Mucha gente que vivió muy cerca de los campos de concentración Nazis durante la Segunda Guerra Mundial, aseguraban después de haber sucedido todo, que ellos no sabían nada acerca de lo que estaba sucediendo dentro de esos lugares de muerte. Recuerden la respuesta de Jesús al débil que dijo ser ignorante en Mateo 25:44-46, “Ellos también le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?” Él les responderá: “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí.”

Un día en Inglaterra hace más de 100 años mientras viajaba, el Señor le dio una visión a William Booth, el poderoso evangelista que fundó y construyó el Ejército de Salvación. Aquí está parte de su descripción de aquella visión, un poco extensa, pero muy importante de considerar:
 

William Booth

“Vi un océano oscuro y tormentoso. Sobre el posaban pesadas nubes negras; y a través de ellas de vez en cuando se daban rayos y sus ruidosos truenos resonaban, mientras los vientos rugían, y los olas espumeantes se levantaban, y se rompían, para volverse a levantar y romper de nuevo. En ese océano creí ver miles de pobres seres humanos que se hundían y flotaban, gritaban y clamaban, maldecían, luchaban y se ahogaban; y en tanto ellos maldecían y gritaban, otros se levantaban y volvían a clamar, y luego, algunos se hundían y no se volvían a levantar.

También vi, que afuera de este oscuro océano, una poderosa roca que se había levantado se posó sobre las nubes negras que estaban sobre el tormentoso océano. Y vi que todo lo que estaba alrededor de la base de esta gran roca se convertía en una inmensa plataforma. En esta plataforma, vi con gozo que una parte de las personas que estaban luchando, y ahogándose salían continuamente del tormentoso océano hacia la roca. Y vi que algunos de los que estaban a salvo en la plataforma estaban ayudando a las pobres criaturas que todavía estaban en las tormentosas aguas para alcanzar el lugar seguro, en la roca.

Mirando más de cerca encontré que algunos de los que habían sido rescatados, trabajaban laboriosamente, con cuerdas, botes, escaleras y otros medios más efectivos, para sacar del mar a aquellos que todavía luchaban. Aquí y allá habían algunos que en su pasión por ‘rescatar a los que perecían’ hasta saltaban de nuevo al agua, sin importarles las consecuencias; difícilmente podía saber que me alegraba más—la vista de aquellos que se estaban ahogando tratando de subir a la roca para alcanzar ese lugar seguro, o la devoción y el sacrificio de aquellos que se entregaban de lleno en el esfuerzo por alcanzarlos.

Cuando volví a mirar, pude ver a los ocupantes de la plataforma en diferentes oficios. Quiero decir, estaban divididos en diferentes ‘sets’ o clases y se ocupaban a si mismos con diferentes placeres y empleos. Pero sólo algunos pocos de ellos, trabajaban para sacar a la gente del mar. Lo que me confundía más era el hecho de que todos aquellos que habían sido rescatados en algún momento del océano, casi todos parecían haberlo olvidado todo. Parecía ser que los recuerdos de su situación de oscuridad y peligro no los seguían atormentando. Y lo que parecía igualmente extraño para mí era que a esa gente no les importaba—los tenía sin cuidado—las personas que estaban pereciendo, que estaban luchando y ahogándose ante sus ojos… muchos de los cuales eran sus propios esposos y esposas, hermanos y hermanas y hasta sus propios hijos….

Pero lo que a mí me parecía más asombroso era que aquellos en la plataforma a quien Él había llamado, que habían escuchado Su voz y sentido que debían obedecerle—al menos decían que lo harían—aquellos que confesaban amarlo, y que estaban en completa unión con Él en la tarea que Él había emprendido—que lo adoraban o que así lo profesaban—ahora estaban tan absortos en sus oficios y profesiones, sus ahorros y placeres, sus familias y círculos, sus religiones y sus argumentos acerca de ello, y su preparación para irse a otros lugares, que no escuchaban el lamento que venía a ellos de aquel Asombroso Ser que había ido por si mismo de vuelta al mar y necesitaba ayuda. Y así escucharan, no prestaban atención. No les importaba. Y entonces, la multitud seguía luchando, clamando y ahogándose en la oscuridad, delante de ellos.

Luego, vi algo que me pareció aún más extraño que cualquier otra cosa que había sucedió en esta extraña visión. Vi que algunas de estas personas que estaban en la plataforma, a quienes este Maravilloso Ser había llamado, esperando que ellos fueran y Lo ayudaran en la difícil tarea que había emprendido para salvar a aquellas criaturas que estaban pereciendo, ¡estaban siempre orando y clamando para que Él viniera a ellos!… y todo el rato que Él estaba abajo (por Su Espíritu) entre las pobres criaturas que se hallaban luchando, ahogándose, en lo profundo, con sus brazos alrededor de ellos tratando de sacarlos, y mirando hacia arriba—¡oh! anhelando en vano—a aquellos en la roca, rogándoles con Su voz desgastada de llamarlos. ‘¡Vengan a mí, vengan, y ayúdenme!’”

¡El corazón de Dios es tan sensible a los perdidos! Por lo tanto, la condición normal del corazón de cualquier seguidor de Jesús debería ser el quebrantamiento, debido a la grandeza de nuestro pecado, el quebrantamiento por la maravillosa misericordia que hemos recibido y el quebrantamiento porque nos damos cuenta que todavía ahí muchos alrededor nuestro que están perdidos y camino a una muerte eterna.

William Booth predicando

Como 2 Pedro 3:9 declara, “El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan.” Dios tocó el corazón del joven William Booth, y lo usó a él y a su querida esposa, Catherine, para rescatar a miles y miles de ingleses de las clases oprimidas, almas pobres, que se encontraban indefensas y desesperanzadas. Como algunos académicos han señalado desde entonces, el trabajo del Ejército de Salvación transformó tanto la sociedad inglesa a finales del siglo XIX, que es probable que el trabajo de los Booths le ahorró a Inglaterra una Revolución Comunista. Antes que ellos y algunos otros creyentes con el mismo pensamiento llegaran, multitudes de ingleses pobres no eran menos miserables que las masas oprimidas de la Rusia Zarista.

¿Y ahora? ¡Ahora es nuestro tiempo y nuestro turno! ¿Estamos dispuestos a dejar que hombres, mujeres, y niños de nuestra generación perezcan por falta de la salvación que sólo Jesús puede dar? La terrible realidad es que muchos creyentes prueban cada día cuan poco se interesan por el perdido, debido a sus acciones o la falta de ellas. Como dije antes, el Señor tuvo que trabajar en mi corazón por un largo tiempo, antes que yo estuviera verdaderamente dispuesto a ser un evangelista. Hace casi 10 años, mi esposa me persuadió para ir a ver con ella la película el Titanic, no obstante mis fuertes objeciones. Yo conocía mucho sobre la trágica historia de ese viaje, como para poder disfrutar un tonto romance de Hollywood (No tengo nada en contra del romance real, sólo la versión de Hollywood). Yo todavía no recomiendo esa película, pero ese día, mi esposa estaba en lo cierto, y yo estaba equivocado. Allí sentado, empecé a llorar durante la escena cerca al final, en la cual los sobrevivientes, descansando en los botes salvavidas que estaban con personas a menos de la mitad de su capacidad, se rehusaban a volver y rescatar a cientos mas, que estaban todavía ahogándose en el demasiado frio mar del Norte Atlántico.

Un bote salvavidas del Titanic

Fue entonces cuando el Señor me habló, señalando que nosotros los creyentes somos como aquellos de los botes. Estamos tan felices de ser sanos y salvos… y secos, que no nos importa preocuparnos por aquellos que todavía se están ahogando a nuestro alrededor. En ese lugar el Señor me habló unas palabras que nunca olvidaré: “¡No huyas del fuego!” ¿Qué fuego?, se preguntarán; el fuego del amor de Dios que quiere purificarnos completamente, y quitar toda escoria que nunca va a hacer parte del Reino de los Cielos—hasta que nos convirtamos en vasijas listas para el uso del maestro. El fuego del Espíritu que, habiéndonos rescatado, quiere arder fervientemente en nuestros corazones para que no estemos dispuestos a dejar que otros perezcan, y mueran queriendo la ayuda que nosotros podríamos darles. El fuego que trae lágrimas a nuestros ojos, cuando oramos por otros, porque nuestros corazones están llenos con el amor de Aquel que “no está dispuesto a dejar que nadie perezca”. Por dos o tres años después de ese día en el cine teatro, yo no podía escuchar el tema de la película Titanic, en la radio o en la tienda, sin empezar a llorar de nuevo. Oh, que el Señor toque y quebrante nuestros corazones hasta que nos importe como a Él le importa, y estemos dispuestos a “rescatar al perdido” sin importar el costo.